Marisol y Carlos: Hola Violeta
La Llegada de Violeta: Hacía varias horas que el trabajo de parto se había vuelto muy intenso, unas 3 o 4 tal vez, y yo estaba
ya dentro de la tina. Al llegar a Casa Aramara, unas horas más temprano, parecía que se alejaba un
poco. “No te preocupes, es normal: la salida de tu casa, llegar aquí con más personas.. ahorita se
meten al cuarto y se relajan, no hay prisa, todo pasará cuando tenga que pasar”, dijo María. Y así fue,
nomás quedarnos solos en el cuarto las contracciones regresaron y se fueron haciendo cada vez más
fuertes. Carlos guió una meditación muy linda sobre abrirse a recibir la vida, que sirvió como un
puente hacia ese estado de conciencia y conexión irracional que sólo he experimentado durante mi
parto anterior y en este. Mientras me preparaba y emprendía el viaje, escuchaba las palabras de
Carlos y sentía las manitas de Itzam acariciarme en cada contracción. Después, todo fue una danza de
movimientos y sensaciones. Lupita y Franchis me ayudaban a que estuviera más cómoda con masajes,
apapachos, a veces palabras: “Cuando venga la contracción apoya fuerte tus pies en el suelo”, “esa
pancita ya está muy abajo!, falta poco”. Sólo entrar en el agua y vino una contracción fuertísima. Se
rompió la fuente y esto dio paso a una etapa aún más intensa.
Cuerda, gatear, respirar, gritar, respirar. Es como estar en medio de un maremoto sin más hacer que
dejarse llevar. “Toca su cabeza cómo va bajando”, me dijo María. Toqué y la cabeza se sentía aún bien
arriba. “¡No puede seeer!”, pensé. En ese momento el maremoto se volvió calma y claridad, y toda la
energía, la conciencia, la fuerza y el amor se enfocaron en el canal de parto, esa cabecita tenía que
bajar. Otra contracción. Pujo con todas mis fuerzas y siento claramente cómo empiezan a abrirse mis
huesos. Respirar. Contracción, de nuevo todas las fuerzas con plena conciencia física y mental de a
dónde se dirigía ese esfuerzo. Los huesos se siguen abriendo y la cabeza empieza a bajar. Ahora sí
calma, calma.. Suave, ya viene. “Ya vieneee”, dije. “Itzaaam, Caarlos!”. De rodillas, Lupita se acerca y
vemos cómo empieza a salir la cabecita. La acaricio, qué tacto más increíble tiene (aún guardo
perfectamente en mi mano la memoria de ese tacto, esa sensación suave y alucinante de estar
tocando a mi niña, por fin). Carlos ya está en el agua y el cuerpecito termina de salir. La abrazo, la
abrazamos, ¡no puedo creerlo! Es indescriptible ese primer abrazo, porque no hay una sola palabra
que contenga tanto agradecimiento y tanto amor. Ella hace sentir su llegada, ¡qué pulmones!, pero
después se agarra del pecho y simplemente nos quedamos en un abrazo sin tiempo. Sale la placenta y
su papá corta el cordón.
Violeta fue incubada en el pecho de su papá y después en el de su hermano, mientras las sabias y
amorosas parteras terminaban de cuidar que yo estuviera bien. La veía abrir sus ojitos mientras su
papá tomaba su pequeña mano con una expresión que no le conocía. A Itzam lo vi convertirse en otra
persona abrazando el cuerpecito de su hermana recién nacida. Ella vuelve por fin a mis brazos y a mí
no me cabe más felicidad.